Deja ganar al que juega a perderte. A las personas que hacen todo lo posible para que te alejes de ellos, hay que hacerles casos. Una cosa es luchar por amor y otra muy distinta humillarte y perder tu dignidad, por alguien a quien no le importa.
No hace falta que ese alguien emplee palabras para que te marches, basta con actitudes, ausencias que no se justifican; que son prolongadas, casi eternas, que nunca está cuando más lo necesitas, que siempre tiene razones para no estar aquí: “es que mi familia, mis hijos, mi ex mujer, mi trabajo, mis viajes, mi madre”.
Todo parece un largo etcetera prioridades donde tú no figuras, en una persona que ya te demostró que no tiene lugar en su historia, ni en su destino, que tú para esta persona; sobras, que no hay espacio, ni lugar para ti.
Deja ganar al que juega a perderte.
Pues si tienes que rogar por espacio, es porque ese lugar, te queda pequeño, y eres demasiado amor; para tanta ausencia, para tanta desesperanza, para un abanico de promesas que nunca parecen ser realidad. A los que juegan a perderte, déjales ganar, dales una vida sin tu presencia, que gocen del dolor que implica haberte tenido, y por propia voluntad te han decidido perder, porque todos cuidan; lo que aman, todos dedican tiempo; a lo que estiman, y todos pierden, lo que quieren perder.
Aléjate de quien sólo te lastima, de quien solo juega a estar y a no estar, a darte un amor intermitente. Pues alejarte no es falta de amor, no es que no quieras a la otra persona, es que tú te amas lo suficiente como para saber que estar con esa persona, simplemente hace daño.
Pues las ausencias, sirven para valorar las presencias.
Pues quien no te quiere, sólo llegó a tu vida, para enseñarte a cómo quererte. A apreciar lo mucho que tú vales, lo bello que se ven las flores a tu par, y la ilusión que corre por la vida, el estar contigo.
A quien juega a desechar tu amor, déjale ganar.
Pues este no comprende tu valor, es como un ciego caminando sobre veredas verdes. Debajo de sus pies, para él; solo hay polvo y ceniza, pero no puede darse cuenta que recorre una vereda verde, llena de color, espesura de tierras fértiles y de campos adornados. Sus ojos no te pueden ver, sus manos no te pueden percibir; miran sin poderte ver. Te oye, sin poderte escuchar. Está, sin estar, pretendiendo o hasta fingiendo que te quiere; cuando su actitud y sus acciones, dicen lo contrario.
A los que juegan a perderte; déjales que se marchen, renuncia a ellos, pero no renuncies al amor.
Sé suave, y no dejes que el mundo o el desamor, endurezca tu corazón, no dejes que el dolor te vuelva rencor. No dejes que lo amargo, te arrebate paz. Y que no sustraiga la bondad de la calidez de tu alma, y la nobleza de tu corazón.
Eres bella, brillas con luz propia.
No permitas que esto te convierta en algo peor, sino que en algo mejor. Recuerda que este que no te supo querer, lo que realmente está haciendo es enseñarte a cómo tú te debes querer a ti misma. A no tolerar migajas de amor, por amor.
A no recibir trozos, en vez de la pieza entera. Porque quien te ama, pone su mundo a tu disposición, para que habites en él, te da su corazón para que seas la joya más preciada, te presume, y aunque discreto; exhibe su amor sin inhibición, te provee de seguridad, porque sabes que eres la única, es imparcial, pues muestra su vida tal cual es; y no temer ocultarte, al contrario te muestra como su mayor dicha, y su más grande tesoro.
Al que juega a perderte, déjalo que gane.
Pues no entiende la grandeza que hay en ti, ve solo lo que pretende ver. Sus amores pasados, le han enseñado a menospreciar todo, incluso al verdadero amor cuando lo tiene enfrente, se ha hecho ciego a si mismo, viene huyendo de los síntomas del desamor, pero trae consigo la propia enfermedad, a la cual no pretende ni quiere renunciar.
Pues quien te ama de verdad, hace un esfuerzo por ser mejor, por embonar, porque ambos bailen a la misma melodía, pues hace de su mundo un lugar amigable al tuyo, donde tú; eres quien importa realmente, quien vale. Lo ve en tus ojos, lo aprecia en tu mirada.
A los que juegan a desperdiciarte, déjalos que la amargura de no tenerte, les cale.
Pues no supieron saber hacer que te quedarás, sino que incansablemente te dieron razones para que te fueras. No hace falta insistir, pues; si tienes que rogar porque esa persona se quede, quizás es porque esa persona, no lo vale.
Deja ganar al que juega a perderte.
Pues pretende moldearte a sus expectativas, haciendo de ti esclava de sus temores, y portando consigo, la insignia de la intranquilidad, y la turbulencia de sus prejuicios. Aprende que quien te quiere, te acepta con todo lo que en ti hay, desde tus defectos, hasta tus cualidades, hasta tus días de cordura, hasta aquellos arrebatos de locura, que te hacen tan única y especial.
Porque eres pasión, entrega, anhelo y satisfacción, y entre tu corazón, hay un espacio, seguro lleno de confort, que el otro no supo ver. Ámate tanto que no permitas que nadie te menosprecie, que nadie te diga que no eres perfecta.
Hay que ser felices; no perfectos.
Hay que ser felices, y encajar con nuestras imperfecciones, aceptar al otro, y ser aceptos. Permitir al otro ser, y ser nosotros. Que elegimos estar con alguien por propia elección, y no por la necesidad o el temor a la soledad. Porque madurar es aprender a estar solo, pero no estar con cualquiera. Porque compartimos con el otro, la bondad de nuestras abundancias, y la redundancia de nuestra propia felicidad, hecha un “plus” de experiencias.
Todo lo que somos, es el resultado de lo que hemos pensando.
A los que juegan a perderte, déjalos que se marchen. Tienes que pensar que te mereces lo mejor de este mundo, pues somos el resultado de lo que mantenemos en nuestras mentes, si esperamos fracasar en el amor, nos toparemos indudablemente con gente que siempre encaja con nuestras ideas más dominantes en nuestras mentes.
Y finalmente, nos quedaremos atados y hasta aferrados como calcomanías a personas que de a poquito, van olvidándose que existimos, que estamos, que somos y que aquí permanecemos. Es por eso que debemos aprender a amarnos, tanto en nuestra mente; como fuera de ella.
Ama a quien acepte con una sonrisa tu locura.
Ama a quien vea en ti a la mujer que eres, en realidad; y pese a eso, se quede. Que no trate de cambiar tu sonrisa, ni mucho menos que trate de que seas otra persona, que te quiera como tú eres, y que te estreche en su pecho, y te diga lo importante que eres.
Que en tus días nublados, te abrace y te diga que aquí está para que tú te acurruques en su pecho, y descanses. Encuentres consuelo en su calor, y armonía en sus besos, ese que te da paz; ese, ese es quien verdaderamente te ama, porque si te da paz; es que ya te está dando… TODO.
Aléjate de quienes gustan de jugar a perderte.
Pues el que quiere, puede; el que no; pone excusas. Porque el que quiere, sacar un domingo, ahí donde es un lunes, saca tiempo ahí donde no lo hay, para estar contigo. Pues nadie que aprecie lo que ama, pospone una vida con aquello que es el anhelo de su alma.
Pues sus palabras, sus sentimientos y su vida, está alineado a lo que dice querer. Porque si te suelta así de fácil, que no estaba bien sujeto a ti, es porque quizás nunca te quiso sujetar con fuerza, y esperaba ver en qué momento te soltabas.
A los que juegan a perderte, déjalos ir, pues quizás ellos ya te soltaron. Quizás ellos ya ni siquiera te tienen en su memoria, sus cuerpos vivientes, aquí están; pero sus mentes se ha ido al reino del olvido, ahí donde tú no estás.
Recuerda, no rogar, no confiar y no esperar.
No ruegues a quien te ha demostrado miles de ocasiones que no vale la pena. No ruegas amor, a quien le tienes que pedir espacios; quien te ama, siente placer al hacerte sentir amada. No confíes, en palabras que sólo te dicen lo que quieres escuchar, pero no lo que quieres ver. Y no esperes flores, de quien solo sabe dar espinas.
Déjate amar, permite que tus ojos, vean lo que tu alma ya sabe lo que quiere. Pues lo que tú quieres es un amor del bueno, que realmente esté aquí cuando tú lo ocupas, que esté aquí presente, y que no sea un amor de esos, que son como fantasmas, que son como leyendas, que son como mitos urbanos, de esos amores que dicen “existir” pero que ni la ciencia misma ha podido probar su existencia.